Posts Tagged 'Introduccion'

7ª Conf.: Contenido manifiesto del sueño y pensamientos oníricos latentes

Se inicia la conferencia definiendo la concepción del elemento onírico así como la técnica para la interpretación del sueño. El elemento onírico “es algo no genuino, un sustituto de otra cosa, de algo desconocido para el soñante” (pg. 103). El conocimiento de aquello de lo cual el elemento onírico es un sustituto está presente en el soñante, pero le es inaccesible. Por otra parte, la técnica radica en que “emerjan, por asociación libre sobre estos elementos, otras formaciones sustitutivas desde las que podemos colegir lo oculto”.

En este punto Freud introducirá el concepto de lo inconsciente para referirse a lo que previamente había sido descrito como ‘oculto’, ‘inaccesible’, ‘no genuino’, a todo aquello ‘inaccesible a la conciencia del soñante’. Por oposición se llamaran conscientes a “los elementos oníricos mismos y a las representaciones sustitutivas adquiridas por asociación a partir de ellos”.  Con esta definición no busca armar toda una construcción teórica, pero si rescatar que el uso de la palabra ‘inconsciente’ como descripción conveniente y fácilmente comprensible es inobjetable.

Ahora bien, si se toma la concepción del elemento onírico y se lo transfiere a todo el sueño, se tiene que el “sueño como un todo es el sustituto desfigurado de algo diverso, de algo inconsciente, y la tarea de la interpretación del sueño consiste en hallar eso inconsciente” (pg. 103). En otras palabras, el sueño es una totalidad desfigurada. En este punto surgen tres reglas que deben seguirse para el trabajo de la interpretación:

a)      No hay que hacer caso de lo que el sueño parece querer decir, pues nunca será eso lo inconsciente que se busca

b)      Limitar el trabajo a evocar para cada elemento las representaciones sustitutivas sin reflexionar sobre ellas

c)       Esperar hasta que lo inconsciente oculto, buscado, se instale por sí solo

En este punto salta a la vista lo indiferente que es cuanto recordemos del sueño y con cuanta fidelidad. Esto se debe a que el sueño recordado no es lo genuino, sino su sustituto desfigurado. Mediante evocaciones de otras formaciones sustitutivas se nos ayudará a “acercarnos a lo genuino, a hacer consciente lo inconsciente del sueño. Por tanto, si nuestro recuerdo es infiel, simplemente se debe a que se ha introducido en ese sustituto una desfiguración más (pg. 104)”.

A pesar de explicarle al soñante (paciente) la técnica interpretativa del sueño, surgen sin embargo ciertas objeciones para el trabajo interpretativo  por parte del soñante a la hora de comunicar las ocurrencias. Son principalmente cuatro las objeciones: i) que es demasiado trivial, ii) demasiado disparatada, iii) que no viene al caso, o iv) demasiado penosa para comunicarla.  Lo que sucede es que el trabajo de la interpretación se cumple en contra de una resistencia cuyas exteriorizaciones son estas objeciones y son justamente aquellas ocurrencias que querían sofocarse (ocultarse) las que “se revelan sin excepción como las más importantes, las decisivas para descubrir lo inconsciente” (pg. 105).

En este punto introduce un elemento cuantitativo (o si se prefiere gradual) con respecto a la resistencia. Cuando “la resistencia es escasa, el sustituto no está muy alejado de lo inconsciente; pero una resistencia mayor conlleva mayores desfiguraciones de lo inconsciente y, por tanto, una distancia mayor desde el sustituto hasta lo inconsciente” (pg. 106). Es decir, cuando existe muy poca resistencia con aquello inconsciente (por ejemplo, algún deseo en particular) la desfiguración del sueño es muy baja y, por ello, es fácil que una ocurrencia (o unas pocas) nos lleve desde el elemento onírico hasta su inconsciente. Mientras que si existe una mayor resistencia con respecto a ese deseo en particular las desfiguraciones van a ser mayores y se necesitaran de largas cadenas de asociaciones para llegar a lo inconsciente.

Así Freud introduce dos elementos: contenido manifiesto del sueño y pensamientos latentes del sueño.   El primero es aquello que el sueño cuenta (las imágenes, historia, etc.) mientras que lo segundo es aquello oculto a lo cual se debe llegar persiguiendo las ocurrencias. Existen diversas relaciones entre estos dos elementos y Freud mencionará tres de ellas en esta conferencia (la cuarta será en la Conf. 10).

La primera, la podemos encontrar a veces cuando elemento manifiesto es un ingrediente de los pensamientos latentes. Esto significa que un pequeño trozo de los pensamientos latentes (inconscientes) ha llegado hasta el sueño manifiesto como un fragmento, y el trabajo interpretativo tiene que completar este fragmento hasta formar un todo. El ejemplo al que recurre Freud es lo soñado frecuentemente por una mujer cuando era niña: “Recuerdo aún que de niña soné repetidas veces: El buen Dios tiene un bonete de papel puntiagudo sobre la cabeza. Ahora bien, un bonete así solían ponerme muchas veces estando en la mesa, para que yo no pudiese atisbar el plato de los otros niños y ver cuánto les daban de algún manjar. Como había oído decir que Dios es omnisapiente, el sueño significa que yo lo sabía todo a pesar del bonete que me pusieron”.

La segunda relación viene a ser la sustitución por un fragmento o una alusión. Con ello, lo que ocurre es que en el sueño surge algún tipo de imagen o palabra, que hace referencia a un pensamiento latente más complejo y completo. Tenemos el sueño de un paciente en donde alrededor de una mesa de forma particular están sentados varios miembros de su familia. La mesa, según lo contado por el paciente, es la misma que tenía una determinada familia a la que visitó, y lo que le llamo la atención de dicha familia era la relación particular entre padre e hijo, porque sucedía lo mismo entre su padre y el. Consecuentemente, “la mesa ha sido recogida en el sueño para designar este paralelo”.

Antes de pasar a la tercera relación, es importante dejar en claro, que todo lo incluido en el sueño no es ni contingente ni indiferente, en tanto que se puede obtener un mayor esclarecimiento hasta con los detalles más ínfimos.

Finalmente, la tercera relación es la ilustración en imágenes, en donde lo soñado viene a ser la “expresión en imágenes plásticas, concretas, que toman como punto de partida la literalidad de ciertas palabras” (pg. 110). Por ejemplo, una persona sueña que “su hermano está en una caja. La primera ocurrencia sustituye caja por ‘armario’ (Schrank), y la segunda le da la interpretación: el hermano se restringe (schränkt sich ein)” (pg. 110). Este tipo de relación tiene una particular importancia, porque el sueño manifiesto consta “prevalecientemente de imágenes visuales, y más raras veces de pensamientos y palabras”.

Citare a continuación en extenso un sueño así como la interpretación final que hace Freud del mismo para ver cómo funcionan los dos elementos mencionados previamente:

“Muy bien; una mujer joven, pero casada desde hace muchos años, sueña: Está sentada con su marido en el teatro, un sector de la platea está totalmente desocupado. Su marido le cuenta que Elise L. y su prometido también habían querido ir, pero sólo consiguieron malas localidades, 3 por 1 florín y 50 kreuzer, y no pudieron tomarlas. Ella piensa que eso no habría sido una calamidad”.

Luego de llevar a cabo el trabajo de análisis siguiendo las ocurrencias que la mujer le comentaba para cada uno los elementos oníricos del sueño concluye con la interpretación: “ «¡Fue sin duda un disparate de mi parte apurarme así con el casamiento! Por el ejemplo de Elise veo que aun más tarde habría conseguido marido». (El apresuramiento es figurado por su conducta hacia la compra de las entradas y la de su cuñada hacia la compra de la alhaja. El ingresar en el teatro aparece como sustituto del casarse.) […] Sólo hemos llegado a discernir que el sueño expresa el menosprecio por su propio marido y el lamentarse por haberse casado tan temprano” (pg. 112).

Para que no quede tan en el aire esta interpretación, vemos como ‘platea totalmente desocupada’ es el indicador del haber llegado temprano al casamiento (teatro). Mientras que el disparate se sigue de ‘las 3 localidades por 1 florín y 50 kreuzer’ pues solo era Elise y su prometido. De igual modo el menosprecio por el marido se sigue de ‘las malas localidades’ que la soñante pensaba que ‘no hubiera sido una calamidad tomarlas’. En este punto, es importante señalar que Freud reconoce que aún “no estamos armados para interpretar un sueño”.

Sin embargo, tomando en consideración el sueño concluye la conferencia señalando que la relación entre elementos manifiestos y latentes no es simple, sino más bien “tiene que ser una relación de masas entre ambos campos, dentro de la cual un elemento manifiesto puede subrogar a varios latentes, o uno latente puede estar sustituido por varios manifiestos” (pg. 113).  En otras palabras, en un sueño una sola imagen puede comprender varios elementos latentes, del mismo modo que varios elementos manifiestos pueden ser sustitutos de un mismo elemento latente (inconsciente).

6ª Conf.: Premisas y técnica de la interpretación

Empieza la conferencia afirmando que el sueño no es un fenómeno somático, sino psíquico. Por tanto, “es una operación y una manifestación del soñante, pero de tal índole que no nos dice nada y no lo comprendemos” (pg. 91).  Ello significa que se debe inquirir al soñante con respecto al significado de su sueño (como se hacía con respecto a las operaciones fallidas).

El soñante será aquel que nos diga lo que el sueño significa, a pesar de que confiese que nada sabe. En esta situación no se debe abandonar el intento de comprender lo que el sueño significa, porque es muy probable “que el soñante a pesar de todo sepa lo que su sueño significa, sólo que no sabe lo que sabe y por eso cree que no lo sabe” (pg. 92). Cómo sucedía en el caso de la reminiscencia en Platón (cfr. Menón).

En este punto, según Freud, nos enfrentamos a dos supuestos. El primero es que el sueño es un fenómeno psíquico. Esta premisa será algo que se demostrará  luego como resultado del trabajo. El segundo, que en el hombre hay cosas anímicas que él sabe sin saber que las sabe. Este supuesto ya fue demostrado previamente (actos fallidos) y simplemente ha sido transferido al problema del sueño.

Para comprender esta última premisa, Freud hace un paralelo con los experimentos de hipnosis hechos por Bernheim. En ellos, aquel que ha sido hipnotizado no tiene recuerdos de aquello que hizo y, sin embargo, luego de insistencias hechas por Bernheim los hipnotizados empezaban a recordar poco a poco hasta que la totalidad de la vivencia se manifestaba sin lagunas. Este mismo caso es conjeturado con respecto al soñante. Así, si alguien “cree no saber nada de ciertas vivencias cuyo recuerdo, no obstante, lleva en el interior de sí, ya no es tan improbable que tampoco sepa nada de otros procesos anímicos que ocurren en su interior” (pg. 94). Consecuentemente, el soñante tiene un saber acerca de su sueño, sólo que no le es accesible y por esta razón no cree tenerlo.

Ahora, de lo que se trata es de posibilitarle al soñante que descubra su saber y nos lo comunique. Lo importante aquí no es preguntarle al soñante cual cree que es el sentido del sueño, pero si “el origen de este, el círculo de pensamientos y de intereses del que proviene» (pg. 95), porque estos podrán descubrirlo. Entonces, se le pregunta al soñante por el modo en que ha llegado al sueño y “lo que él inmediatamente enuncie deberá considerarse como un esclarecimiento”. Se pasara por alto toda diferencia entre aquello que crea saber o no lo crea, y se trataran ambos casos como uno solo. Con esta simple técnica nace un tercer supuesto. Para tratar de responder a este supuesto se buscará diferenciar el sueño con el desliz en el habla (por la multiplicidad de elementos del primero) y así, descomponerlo en sus elementos para abordar la indagación de cada uno de ellos por separado.

La objeción que surge en este punto es que al preguntarle el soñante sobre un elemento del sueño puede que no se le ocurra nada o “Dios sabe qué cosa”. Sin embargo, se le contradirá al soñante si asevera que nada se le ocurre, se le insistirá asegurando que tiene que tener alguna ocurrencia y, al fin, se la obtendrá. No importara qué ocurrencia se le venga. Según Freud, las informaciones históricas suelen comunicarse con particular facilidad y se verá que los anudamientos de los sueños a impresiones de los últimos días son más frecuentes de lo pensado. Así, “a partir del sueño el soñante se acordará de acontecimientos lejanos, y eventualmente incluso de un pasado muy remoto” (pg. 96).

Lo que se busca enfatizar es que se tome y respete como un hecho lo que se le ocurra al preguntado/soñante/paciente (y no otra cosa). Pues puede “demostrarse que la ocurrencia que el preguntado produce no es arbitraria ni indeterminada, y no está desconectada de lo que nosotros buscamos”. Justamente, cuando se le pide al soñante que diga que es aquello que se le ocurre sobre un elemento determinado, se le está pidiendo que “se abandone a la asociación libre reteniendo una representación de partida”. A algunos se les hará sencilla una actitud de este estilo, mientras que otros mostraran una increíble falta de habilidad para hacerlo. Puede darse también una mayor libertad de asociación, cuando por ejemplo se abandona la representación de partida y, se establece por ejemplo, “el género y la especie de la ocurrencia”. Según Freud, las ocurrencias están “estrictamente determinadas por importantes actitudes interiores” que no son conocidas en el momento en que producen sus efectos (como en el caso de las tendencias perturbadoras en las operaciones fallidas).

Ahora bien, en el aparente libre albedrío de la asociación libre “no puede surgir como ocurrencia ningún nombre que no resulte estrictamente condicionado por las circunstancias inmediatas, las peculiaridades de la persona que se somete al experimento y su situación del momento” (pg. 98). Por tanto, si las ocurrencias que emergen de manera enteramente libre están condicionadas, las ocurrencias con una ligazón única (a saber, la representación de partida) no pueden estar menos condicionadas. Esta ocurrencia sobre el elemento onírico estará determinado por el trasfondo psíquico de ese mismo elemento, el cual “no nos es conocido” (pg. 99).

Para tratar de explicar este punto pone como ejemplo el olvido de nombres propios. A veces uno se olvida un nombre específico pero sabe en el interior con certeza de que si lo sabe y, aún así, el nombre olvidado es inaccesible. A pesar de ello, en todos los casos se nos pueden ocurrir uno o varios nombres sustitutivos. Todos estos nombres sustitutivos que aparecen tanto espontáneamente como evocados por la persona, mantienen un vínculo con el olvidado y estaban determinados por él. Freud menciona un caso personal en donde se había olvidado el nombre de un país cuya capital es Montecarlo. Para recordarlo abandona la reflexión y deja que se le ocurran nombres sustitutivos y le vienen: Montecarlo, Piamonte, Albania, Montevideo, Colico, Montenegro. Así, descubre que cuatro de estos nombres llevan la misma sílaba món y captura el nombre olvidado: Mónaco. Consecuentemente, “los nombres sustitutivos han partido en efecto del olvidado”. Además, dice el autor, “con facilidad hallo lo que me ha escamoteado ese nombre por un tiempo. Mónaco tiene relación también con Munich, es su nombre en italiano; esta ciudad ha ejercido la influencia inhibidora” (pg. 101).

A pesar de reconocer que este ejemplo es bello, pero simple, sin embargo, debería poderse lograr lo mismo en el sueño lo que con el  olvido de nombres, a saber: “volver accesible lo genuino retenido, mediante asociaciones anudadas a partir de un sustituto. Siguiendo el ejemplo del olvido de nombres, podemos suponer que las asociaciones sobre el elemento onírico estarán determinadas tanto por este último cuanto por lo genuino inconsciente que le corresponde” (pg. 102).

5ª Conf.: Dificultades y primeras aproximaciones

La segunda parte de las conferencias están destinadas al sueño. Las conferencias desde la 5ª hasta la 15ª estarán destinadas a esclarecer este fenomeno y todos los elementos que lo componen.

El estudio del sueño se ha encontrado con diversas dificultades, pero principalmente con el menosprecio hacia algo en “apariencia de tan nulo valor práctico”. Este problema está relacionado con la naturaleza misma del objeto de estudio, porque éste desafía todas las exigencias de una investigación exacta. El sueño a veces no puede ser recordado, se encuentra fragmentado, puede ser alterado a la hora de ser contado o recordado. Sin embargo, a pesar de que médicos han encontrado que el sueño no es algo nimio y puede estar relacionado con una enfermedad mental, los círculos científicos aún muestran desprecio por el sueño.

Según Freud, esta reacción se debe a “la sobreestimación de que fue objeto en épocas anteriores” (pg. 77). Luego de mencionar lo habitual que era la interpretación del sueño en la época helenístico-romana y cómo se fue degradando en superstición en la edad Media, señala que la única contribución valiosa hecha por la ciencia exacta con respecto al sueño es “la influencia ejercida sobre el contenido del sueño por ciertos estímulos corporales sobrevenidos mientras se duerme” (pg. 79). Sin embargo, ¿cómo reaccionaría esta ciencia exacta si se propone descubrir el sentido de los sueños? De igual manera como las operaciones fallidas pudieron tener un sentido, quizás ocurra lo mismo con el sueño.

Lo que ahora busca Freud es encontrar aquello común a todos los sueños. El primer rasgo común es que ocurre mientras dormimos, que es además una vida propia del alma mientras se duerme. Existe así una relación entre el dormir y el sueño y, parecería que el sueño es un estado intermedio entre el dormir y la vigilia. Por ello, es necesario comprender qué es el dormir. Esta definición puede ser comprendida desde un aspecto fisiológico-biológico o psicológico. En el primer caso el dormir es “la reparación de las fuerzas, mientras su carácter psicológico es la suspensión del interés por el mundo” (pg. 80).

Un punto interesante aquí es que la relación del hombre con el mundo, “al que hemos venido tan sin quererlo”, no puede ser aguantada por él de manera ininterrumpida. Por ello, es necesario retirarse a un estado pre-mundano, es decir, “a la existencia en el vientre materno. Al menos nos procuramos [en el dormir] una situación en todo semejante a la que entonces existía: calor, oscuridad y ausencia es estímulos” (pg. 80). En otras palabras, buscamos en el dormir un regreso al vientre materno y por eso nos disponemos de las cosas necesarias para reproducir aquella suspensión de interés por el mundo.

Siguiendo esta línea el sueño no sería más que la interrupción del dormir, un intruso inoportuno. Esta visión lleva a comprender al sueño simplemente como el resultado directo de una estimulación somática. Los sueños no son más que restos de la actividad anímica de vigilia y, por tanto, sería un tema inapropiado para el psicoanálisis. Sin embargo, a pesar de que “el sueño sea superfluo, no obstante existe; y podemos intentar dar razón de su existencia” (pg. 81). Si la vida del alma no se duerme, es porque existe algo que no se lo permite. Consecuentemente, el sueño viene a ser la reacción frente a un estímulo.

Ahora bien, Freud quiere dejar en claro que las diversidades de los sueños (coherentes y lineales, o confusos y caóticos, etc.) no tienen relación con los diversos grados del dormir. No por estar más cerca a la vigilia uno sueña de manera más caótica o viceversa. El sueño como reacción frente a un estímulo que perturba el dormir es el único punto sobre el cual “puede venir en nuestro auxilio la psicología experimental” (pg. 83). Así, el autor discute ejemplos de cómo determinados estímulos externos perturban el dormir. Los ejemplos todos, muestran cómo el sonido del despertador es incluido en el sueño de las personas y pone fin al dormir. Ahora, el sueño “no reconoce al despertador –y tampoco este aparece en el sueño-, sino que sustituye el ruido del despertador por otro; interpreta el estímulo que pone fin al dormir, pero en cada caso lo interpreta de manera diversa” (pg. 84). Lamentablemente, la interpretación del sueño como una reacción a este estímulo externo es dejada de lado porque solo logra explicar un pequeño fragmento del sueño y no la reacción onírica entera.

Otro ejemplo está referido a sueños que se derivan de estímulos internos, como los órganos de la persona. Lo que hace el sueño es “figurar el órgano que envía el estímulo mediante objetos que se le parecen” (pg. 86). De este modo, los pasadizos largos, estrechos y tortuosos son resultado de un estímulo intestinal. Sin embargo, este caso se tropieza con las mismas objeciones que el caso anterior. Además, la interpretación sobre la base de un estímulo corporal sigue siendo incierta o indemostrable.

Estos estudios han permitido no obstante echar luz sobre un determinado aspecto del sueño. Este “no devuelve simplemente el estímulo, sino que lo procesa, alude a él, lo inserta dentro de una concatenación, lo sustituye por algo diverso. Es un aspecto del trabajo del sueño que ha de interesarnos, porque quizá nos acerque más a la esencia del sueño: Cuando un individuo hace algo movido por una incitación, está última no agotará forzosamente la obra de aquel” (pg. 87). En otras palabras, la transformación del estímulo en el sueño no agota la totalidad de lo que el sueño es.

El otro rasgo común a los sueños es la particularidad psíquica que es difícil de aprehender y “no ofrece asideros para una ulterior pesquisa”, con lo cual en vez de buscar los rasgos comunes se debería tratar de comprenderlos a partir de sus diferencias. Sin  embargo, este tipo de ensayo no echa nuevas luces sobre el tema. En este punto, propondrá ir hacia el uso lingüístico de los ‘sueños diurnos’ (Tagtraum).

Los ‘sueños diurnos’ son fantasías (Phantasie) que están presentes tanto en personas sanas como enfermas y “el contenido de estas fantasías está presidido por una motivación muy transparente. Son escenas o circunstancias en que encuentran satisfacción los afanes de ambición o de poder, o los deseos eróticos de la persona” (pg. 89).  Estos sueños son variados, sufren cambiantes destinos, se los sustituye por otros, o conservan, o son modificados de acuerdo a las circunstancias vitales de la persona. Marchan, según Freud, “junto con la época, y de ella reciben un ‘sello fechador’ que atestigua la influencia de la situación nueva. Son la materia prima de la producción literaria, pues el artista, tras ciertos arreglos, disfraces y omisiones deliberadas, crea a partir de sus sueños diurnos las situaciones que introduce en sus novelas o piezas teatrales”. Lo importante en estos sueños es que el héroe es siempre la persona propia.

La razón por la cual rescata estos sueños diurnos es porque esta comunidad de nombres descansa en “un carácter psíquico del sueño” que se mantiene desconocido para nosotros. Aunque quizás esté equivocado, esto será algo que solo más adelante (en las futuras conferencias) será aclarado.

4ª Conf.: Los actos fallidos (conclusión)

Freud empieza la conferencia señalando que lo investigado hasta el momento sobre las operaciones fallidas –que son actos psíquicos que tienen sentido y que nacen por la interferencia de dos propósitos- es el primer resultado del psicoanálisis. Lo que ahora tiene que averiguar es la naturaleza de las dos intenciones diversas que se interfieren, pero principalmente el de la intención perturbadora.

Como bien señala el autor “las intenciones perturbadas no dan motivo a preguntas ulteriores, pero de las otras queremos saber, primero, qué clase de intenciones son esas que emergen como perturbadoras de otras y, segundo, cómo se comportan las perturbadoras con respecto a las perturbadas” (pg. 54).  Tratando de dilucidar estas interrogantes señala que en el trastrabarse a) la intención perturbadora puede mantener un vínculo de contenido con la perturbada o, b) la intención perturbadora nada tiene que ver en su contenido con la perturbada.

Ejemplos del primer caso pueden verse fácilmente, como cuando se declara cerrada la sesión. Aquí “la intención perturbadora expresa el opuesto de la perturbada; la operación fallida es la figuración del conflicto entre dos aspiraciones incompatibles” (pg. 55). En todos los casos, el trastrabarse proviene del contenido de la intención perturbada. Por otra parte, el segundo caso es para Freud mucho más oscuro e interesante. Si no tienen ninguna relación con la intención perturbada, “¿de dónde viene entonces y a qué se debe que se haga notable como perturbación precisamente en ese punto?” (pg. 56). La respuesta que nos da enseguida es que la perturbación proviene de una ilación de pensamientos que poco antes había ocupado previamente a la persona y que ahora se exteriorizaba.

Ahora bien, reconociendo que las clases de intenciones que se expresan perturbadoramente son de índole muy diversa, procede a separarlas en tres grupos. En el primer grupo están todos los casos en donde al hablante la tendencia perturbadora le es notoria y, además “la notó antes de trastrabarse” (pg. 57). En el segundo grupo pertenecen aquellos casos en los que el hablante también reconoce la tendencia perturbadora pero no supo “que estuvo activa en él justamente antes del desliz”. En el tercer grupo, el hablante niega y no reconoce la interpretación de la intención perturbadora; no sólo “impugna que se hubiera despertado en él antes del trastrabarse, sino que pretende aseverar que le es absolutamente extraña”. Esta desautorización hecha por el hablante no desestima para Freud la interpretación del acto fallido. Pero, ¿por qué no aceptar la respuesta y el desconocimiento de la intención del trastrabarse hecho por el mismo hablante?

Esta negación es debida a un miedo que esta supuesto en la interpretación de Freud: “la interpretación incluye el supuesto de que en el hablante pueden exteriorizarse intenciones de las que él mismo nada sabe, pero que yo puedo discernir por indicios” (pg. 57). Consecuentemente, para aplicar esta concepción de las operaciones fallidas se tiene que aceptar este supuesto: la exteriorización de intenciones que la persona no sabe que tiene.

Entonces, ¿qué es aquello que tienen en común estos tres grupos? Con respecto a los dos primeros grupos, lo que tienen en común es que la tendencia perturbadora ha sido refrenada (Zurückdrängung).  Este es precisamente el mecanismo del trastrabarse, en donde “el hablante se ha decidido a no trasponerla en un dicho, y entonces le ocurre el desliz, vale decir, la tendencia refrenada se traspone contra su voluntad en una exteriorización, ya sea alterando la expresión de la intención que él había admitido, entreverándose con ella o bien directamente sustituyéndola” (pg. 58).  Sin embargo, lo mismo ocurre en el tercer caso solo que la diferencia entre un caso u otro es el alcance mayor o menor con el que la intención fue refrenada.

Así, lo que descubre Freud es que la intención perturbadora había sido refrenada, quizás desde hace muchísimo tiempo, y por este último punto puede no ser reconocida por el hablante. Por ello, lo que se extrae es que: “la sofocación (Unterdrückung) del propósito ya presente de decir algo es la condición indispensable para que se produzca un desliz en el habla”. Lo interesante es que el término en alemán Unterdrückung significa literalmente un presionar-hacia-abajo (unter: abajo; drücken: apretar, empujar). Por ello, este propósito ha sido empujado hacia abajo y, por tanto, ocultado.

Hasta este punto tenemos que las operaciones fallidas son actos anímicos en los que “se puede reconocer un sentido y un propósito; no solo surgen por la interferencia entre dos diversas intenciones, sino que, además la ejecución de una de estas intenciones tiene que haber sufrido cierto refrenamiento para que pueda exteriorizarse mediante la perturbación de la otra” (pg. 58). Existen condiciones particulares que permiten el advenimiento de estas interferencias. Por ello, debemos concebirlos como indicios de un juego de fuerzas que ocurren dentro del alma, “como exteriorización de tendencias que aspira a alcanzar una meta y que trabajan conjugadas o enfrentadas” (pg. 59). Por ello, Freud busca alcanzar una concepción dinámica de los fenómenos anímicos.

En este punto, Freud da por terminado el análisis conceptual de lo que es la operación fallida. Sin embargo, la conferencia termina con mayores explicaciones sobre casos en el desliz del habla, lectura, auditivo; el olvido; el trastocar las cosas confundido, entre otros. Por ejemplo, con respecto al desliz en la escritura señala que cuando encontramos un desliz, “se sabe que no todo estaba en orden en quien la escribía; en cuanto a lo que lo inquietaba, no siempre es posible de determinarlo” (pg. 61).

Concluyendo, las operaciones fallidas tienen un gran valor para el análisis de la persona. Sin embargo, lo que llama la atención para Freud es que a pesar de que “los hombres se encuentra tan próximos a la comprensión de las operaciones fallidas y a menudo se comportan como si penetraran enteramente su sentido” (pg. 71); los declaran como algo contingente, sin sentido y significado y hasta se oponen a su esclarecimiento psicoanalítico.

3ª Conf.: Los actos fallidos (continuación)

La operación fallida, siguiendo lo descubierto en la conferencia pasada, debía considerarse en sí y por sí misma. Dentro de esta consideración se obtuvo que la operación fallida posee un sentido. El ‘sentido’ de un proceso psíquico “no es otra cosa que el propósito a que sirve, y su ubicación dentro de una seria psíquica. (…) podemos sustituir ‘sentido’ también por ‘propósito’ (Absicht), ‘tendencia’ (Tendenz)” (pg. 36).

La comprensión del sentido de la operación se muestra en determinados casos con mayor claridad. Uno de los ejemplos utilizados es cuando el Presidente de la Cámara de Diputados en el discurso de apertura dijo: “Compruebo la presencia en el recinto de un número suficiente de señores diputados y, por tanto, declaro cerrada la sesión”. Aquí el sentido y propósito de su “dicho fallido (Fahlrede) es que él quiere cerrar la sesión”. Continua señalando más ejemplos del trastrabarse en donde quizás el sentido sea más difícil de descubrir.

Sin embargo, hay algo que no puede dejarse de lado en el trastrabarse (aún en los ejemplos más oscuros), y es que en todos los casos puede ser explicado por el encuentro de dos propósitos diversos. Es decir, los casos del trastrabarse admiten ser explicado por “el encuentro, la interferencia, de dos propósitos diversos en el decir; las diferencias sólo surgen por el hecho de que en un caso un propósito sustituye enteramente a otro, como en el trastrabarse con lo contrario, mientras que otras veces debe conformarse con desfigurarlo o modificarlo, de suerte que se engendran formaciones mixtas que en sí resultan provistas de mayor o menor sentido” (pg. 38).

Según Freud, el desliz en el habla es el resultado de dos intenciones que se han cruzado. Este cruce  puede verse con el caso del joven que le propone a la dama si es que la podía acomtrajarla. Aquí vemos la interferencia de dos propósitos distintos. El primero el querer acompañarla, el segundo el querer ultrajarla. Hasta este punto lo que tenemos entonces es que las operaciones fallidas “no son contingencias sino actos anímicos serios; tienen su sentido y surgen por la acción conjugada –quizá mejor: la acción encontrada- de dos propósitos diversos” (pg. 39). A pesar de hablar solo del trastrabarse, es lícito para Freud extender este nuevo conocimiento con respecto a las otras operaciones fallidas.

A continuación entra de nuevo en discusión con las explicaciones previas sobre la naturaleza de las operaciones fallidas (sobre todo en el caso del trastrabarse). Reconoce la importancia de otros factores como la fatiga, la excitación, la distracción, la perturbación de la atención. Para el autor, no es frecuente que el psicoanálisis ponga en duda algo que “otros sectores han afirmado; como regla se limita a agregar algo nuevo, y ocasionalmente sin duda da en el blanco, pues eso que hasta entonces se descuido y que se agrega es lo esencial” (pg. 41). Afirma que las influencias acústicas, como las semejanzas entre las palabras facilitan el trastrabarse, favorecen el desliz. Son como un camino que se abre frente a la persona. Lo que no es obvio es que la persona tenga que necesariamente avanzar por este camino. Es decir, estas relaciones acústicas y léxicas, y las disposiciones corporales favorecen el desliz, pero no pueden “proporcionar un genuino esclarecimiento [del acto fallido]”.

Ahora bien, a pesar de haber avanzado aún más en la comprensión de lo que son las operaciones fallidas, surgen nuevas interrogantes. ¿Qué clase de propósitos o tendencias son los que de ese modo pueden perturbar a los otros propósitos o tendencias, y qué relaciones existen entre las tendencias perturbadoras y las perturbadas? Tenemos de este modo en la operación fallida una tendencia perturbadora y otra que es perturbada. La tendencia perturbada no permite dudas. Toda persona que comete una operación fallida la reconoce y declara. Sin embargo, la tendencia perturbadora puede generar dudas y dar ocasión a cavilaciones.

Para la comprensión de un determinado desliz es necesario preguntar a aquel que lo cometió por qué se había equivocado. Para Freud, cuando escuchamos la explicación con la primera ocurrencia que le vino al hablante, tenemos que “esa pequeña intervención y su éxito, es  ya un psicoanálisis y el paradigma de toda indagación psicoanalítica que habrá de emprenderse en lo que sigue” (pg. 43). Es en este punto -el esclarecimiento sobre la intención perturbadora- en donde el autor empieza a explicarnos sobre la técnica del psicoanálisis.

Esta técnica consiste en “hacerle decir al analizado mismo la solución del problema”. Así, una objeción que se le puede hacer a Freud es que si se le preguntara al joven que incurrió en el desliz (acomtrajarla) sobre su intención de ultrajar a la dama, este podría negarlo. Con ello, la objeción que se le hace descansaría en la sobre-interpretación que hace Freud de la operación fallida. Sin embargo, pone como ejemplo que al preguntarle a la persona sobre su intención, este tendría un fuerte interés personal en que “su operación fallida no tenga sentido”. Algo de lo cual sospecha Freud, pues las preguntas por aquella intención no son más que indagaciones teóricas. Entonces, refiriéndose al auditorio afirma “en definitiva opinaran que él debe saber con exactitud lo que quiso decir y lo que no. ¿Debe saberlo? Quizá sea esa la cuestión” (pg. 44).

Así nace otra objeción. Cuando la persona confiesa su intención, el analista le cree. Pero cuando lo que la persona dice no le convence al analista, entonces la confesión del la persona no vale, no hay nada que creerle al paciente. Para responder a esta objeción Freud usa un ejemplo legal. Cuando un acusado confiesa delito ante el juez, este cree la confesión; pero cuando niega, el juez no le cree. Ante este panorama, surge inevitablemente la duda sobre cómo podemos esclarecer por sí mismo el sentido de la operación fallida.

Como respuesta, Freud señala que “la interpretación de la operación fallida se realiza siguiendo ciertos principios generales; primero no es sino una conjetura, un esbozo de interpretación, y después el estudio de la situación psíquica nos permite corroborarla. Y aun muchas veces debemos esperar acontecimientos venideros, que se anunciaron, por así decir, a través de la operación fallida, para confirmar nuestra conjetura” (pg. 46). Con esta explicación abre el camino a la consideración de las operaciones fallidas acumuladas y combinadas. Es decir, operaciones fallidas que la persona ira repitiendo una y otra vez, lo que permitirá corroborar la interpretación inicial con los acontecimientos que sobrevinieron después.

Por ello, la interpretación sobre un acto fallido tiene el valor de una conjetura y el analista no debe atribuirle demasiado peso. Los acontecimientos futuros demostraran luego cuan justificada estaba ésta conjetura. De este modo, los actos fallidos que nos ocurren son indicios de “intenciones todavía secretas” y, sobre los presagios que se hacen dice Freud: “no hace falta que todos acierten”.

En suma, en esta conferencia Freud encuentra que la operación fallida es el resultado de dos propósitos diversos que se interfieren. Una tendencia perturbadora y otra perturbada. La interpretación de la tendencia perturbadora debe tener solo un valor de conjetura. Esta interpretación podrá corroborarse en el futuro ya sea por la acumulación y combinación de operaciones fallidas, así como por acontecimientos que sobrevienen después.

1ª Conf.: Introducción

A continuación estare presentando un resumen de todas las conferencias entre 1915 y 1916  hechas por Sigmund Freud en la Universidad de Viena. Estas se encuentran en el tomo XV de las Obras completas en Amorrortu Editores.

Empieza Freud mencionándonos qué es aquello que debemos entender por psicoanálisis: “una modalidad de tratamiento médico de pacientes neuróticos”. De esta manera queda delimitado el propósito de esta rama. Sin embargo, a pesar de ser un tratamiento médico, no procede de igual manera que la medicina general. En un tratamiento médico normal se le resta importancia a las dificultades y se parte de la probabilidad de éxito. Esto es algo que no sucede con el psicoanálisis. En este, a la hora de empezar a tratar a un neurótico lo “exponemos a las dificultades del método, su prolongada duración, los esfuerzos y los sacrificios que cuesta y, en lo tocante el resultado, le decimos, nada podemos asegurarle: eso depende de su conducta, de su inteligencia, de su docilidad, de su perseverancia” (pg. 13). El tratamiento del psicoanálisis dependerá no solo del médico (psicoanalista), sino también del paciente. En otras palabras, la posibilidad de curarse no descansa de manera plena en las manos del médico (como si sucede en la medicina general), sino que esta posibilidad de cura se encuentra dividida entre paciente y médico. Por ello, Freud pone hincapié en la conducta, inteligencia, perseverancia que pone el paciente en las sesiones. Este tipo de diferencia de tratamiento médico trae consigo dos dificultades principales.

La primera está referida a la enseñanza-instrucción del psicoanálisis, mientras que la segunda está referida a los pre-juicios médicos que uno tiene a la hora de enfrentarse al psicoanálisis. La primera dificultad está condicionada por el procedimiento que se sigue para la cura de un paciente. En este tratamiento analítico “no ocurre otra cosa que un intercambio de palabras entre el analizado y el médico. El paciente cuenta sus vivencias pasadas y sus impresiones presentes, se queja, confiesa sus deseos y sus mociones afectivas”. Por su parte, lo que hará el médico es “escuchar, procura dirigir las ilaciones de pensamiento del paciente, exhorta, empuja su atención en ciertas direcciones, le da esclarecimiento y observa las reacciones de comprensión y rechazo que de ese modo provoca en el enfermo” (pg. 15). Freud pone por tanto un fuerte peso al dialogo y, sobre todo, a la palabra misma. La razón principal es la fuerza que tiene la palaba para evocar sentimientos, reacciones en la persona y, por ello, “son el medio universal con que los hombres se influyen unos a otros”. Entonces, este tipo de procedimiento no aguanta terceros, pues aquello que el paciente confiesa al médico, se lo dice en plena intimidad dado que consiste justamente en lo más íntimo de su vida anímica. Revela todo aquello que oculta de los otros y “todo lo que como personalidad unitaria no quiere confesarse a sí mismo” (pg. 15). Por ello, es que se debe crear un lazo afectivo entre paciente y médico para que el paciente pueda sentirse tranquilo, confiado. Consecuentemente, la presencia de cualquier tercero afectara este ambiente de intimidad confesionaria, con lo cual el paciente no se explayara ni comentara aquello que justamente se encuentra oculto. Consecuentemente, la única manera de aprender la técnica analítica y los procedimientos del psicoanálisis es mediante el estudio de la personalidad propia, es decir, yendo al psicoanalista. Durante estas sesiones uno podrá ir aprendiendo cómo es que se debe conducir este tratamiento.

La segunda dificultad esta referida a la educación médica llevada a cabo por los estudiantes (oyentes). La razón de esta queja es que en la educación de los estudiantes de medicina, el interes nunca fue dirigido hacia lo psíquico. Algo que no tiene sentido para Freud pues el enfermo presenta siempre primero su fachada anímica.

Ahora bien, luego de resaltar la diferencia con la psiquiatría y ver cómo el psicoanálisis busca llenar un vació dejado por el primero, nos comenta que dos tesis del psicoanálisis han generado mucha aversión. Una tesis choca contra un prejuicio intelectual, mientras que la otra choca  con uno estético-moral. La primera tesis es que “los procesos anímicos son, en sí y por si, inconscientes, y los procesos conscientes son apenas actos singulares y partes de la vida anímica total” (pg. 19). Esta tesis se enfrenta fuertemente con el supuesto de la consideración de la consciencia como el carácter que define lo psíquico, razón por la cual la psicología, se veía como el estudio de los contenidos de la consciencia. En otras palabras, lo que se da es una suerte de identificación entre lo consciente y lo anímico. Esto es algo que el psicoanálisis no puede asumir como supuesto. Ello se debe a que “su definición de lo anímico dice que consiste en procesos del tipo sentir, el pensar, el querer; y se ve obligado a sostener que hay un pensar inconsciente, hay un querer inconsciente”. Una de las críticas que señala Freud con respecto a esta aseveración, en donde se extiende los procesos anímicos más allá de lo consciente, es que justamente se le imputa esta suerte de oscuridad con respecto  a la noción de lo inconsciente.

La segunda tesis del psicoanálisis que ha generado aversión estética-moral, es la que señala que “las mociones pulsionales que no pueden designarse sino como sexuales, en sentido estricto y en sentido lato, desempeñan un papel enormemente grande, hasta ahora no apreciado lo suficiente, en la causación de las enfermedades nerviosas y mentales. Y, más aún, que esas mismas mociones sexuales participan, en medida que no debe subestimarse, en las más elevadas creaciones culturales, artísticas y sociales del espíritu humano” (pg. 20). Esta tesis según Freud es la que más resistencia ha generado. Ello se debe a que la cultura ha sido creada a “expensas de la satisfacción pulsional” y era recreada de nuevo cada vez que algún miembro ingresaba a la comunidad y tenía que sacrificar aquello satisfacción pulsional a favor del todo. En otras palabras, la cultura no es más que el resultado del sacrificio de la satisfacción pulsional por parte del individuo. Entre estas fuerzas pulsionales aquellas pertenecientes a las mociones sexuales juegan un rol importante pues “en ese proceso son subliminadas, vale decir, desviadas de sus metas sexuales y dirigidas hacia otras, que se sitúan socialmente en un plano más elevado y ya no son sexuales”. Son re-direccionadas estas mociones sexuales y encuentran su desahogo ya no en el ámbito sexual (su meta originaria) sino que se desahogan en otra meta. Sin embargo, Freud señala que esta construcción de la cultura es frágil porque las pulsiones sexuales no quedan bien domadas, es decir, queda la posibilidad que las pulsiones sexuales del individuo se “rehúsen a ese empleo”.

Consecuentemente, la sociedad mira con recelo y como amenaza a su cultura una eventual emancipación de las pulsiones sexuales y “el regreso de ellas a sus metas originarias”. En este punto, uno podría inducir que aquellos desordenes mentales se deben a esta desviación de la pulsión sexual de su meta originaria y que el psicoanálisis, a través de su tratamiento re-conduciría estas pulsiones de nuevo a su meta originaria, poniendo justamente en peligro a la cultura que las había desviado y subliminado para su creación. No se quiere, dice Freud, poner en relevancia la importancia que tiene la vida sexual para los individuos y se lo quiere tachar de repulsivo este hallazgo del psicoanálisis. Sin embargo, termina diciendo que esto es algo “propio de la naturaleza humana el inclinarse por tachar de incorrecto algo que no gusta, y después es fácil hallar argumentos en su contra” (pg. 21).


Categorías

Archivos